El suceso de la pérdida familiar fue devastador, don Pedro se encontró de un momento a otro solo y entristecido en su enorme casona de Hualpén. Quizás se vio a sí mismo recogiendo los vestidos de su esposa y encontrarse frente a algunos juguetes de sus hijos que no volverían jamás, era aniquilador.
Poco a poco, fue hundiéndose en una depresión que dibujaba su mundo de un trágico gris, hasta encontrarse al borde del suicidio. En lo que pudo haberse transformado en el ocaso de su vida, don Pedro encontró una forma de enfrentar el dolor y reconstruir su vida.
Junto a su sobrino, Emiliano Fuentes del Río, organizó y ejecutó un ambicioso viaje en torno al mundo. Luego de la llegada a Estados Unidos, Pedro del Río decidió continuar individualmente su viaje, ya que consideraba que podrían existir muchos peligros en esta aventura para su sobrino, y no estaba dispuesto a exponer a un ser querido en una posible tragedia, demostrando cariño, preocupación y paternalismo por este joven abogado.
En su viaje a pesar de ser asediado por los recuerdos de su familia perdida, logró levantar el ánimo recorriendo sitios arqueológicos, indómitos parajes y las principales metrópolis del mundo. Pero también, su corazón se volcó hacía la filantropía.
Su vivencia en carne propia de los pesares de los/las más desposeídos/as, lo hizo superar los esfuerzos destinados a la caridad, y apuntar sus esfuerzos hacia cambios profundos en la calidad de vida de los habitantes de la ciudad que tanto amó